Una foto de Londres, 3a. parte: 5 star hotel


Miss Sri Lanka saldría esa misma tarde de regreso y miss Russia tenía que esperar más de un día para volver a su país. Creimos que nos llevarían juntas, pero no, llegaron sólamente por mí, y ya no volví a saber nada de ella. 

Estaba muy nublado, hacia frío pero no como lo esperaba. Me subieron a un vehículo tipo perrera, con fibra de vidrio entre los asientos de adelante y los traseros, enrejado todo por dentro y con puertas deslizables. Un hombre y una mujer fueron quienes hicieron mi traslado después de hacerme firmar papeles donde constaba que me habían entregado todas mis pertenencias y donde yo me daba por enterada de la razón por la cual me expulsaban de UK. Mi maleta y mi bolso los tuve que cargar yo sola desde la oficina hasta la camioneta, sin que el guardia antipático me ayudara siquiera a subirlos a la parte trasera de la perrera. Él fue quien condujo, a una velocidad muy alta y sin ningún tipo de consideración.  Mi equipaje se arrastraba de un extremo a otro cada vez que pasábamos por una curva, y yo me estresaba por el hecho de que allá se conduce por el lado izquierdo del camino y la costumbre me traicionaba pensando que en cualquier momento chocaríamos de frente con otro coche.  

Llegamos al lugar.  Me sorprendí cuando abrieron las puertas para dejarnos entrar. Era un centro de detención para deportados. Me registraron de nuevo de pies a cabeza, llené formatos y me sacaron la foto del recuerdo. Luego me revisó una doctora muy agradable, me checó la presión y me hizo preguntas referentes a mi estado de salud.  Después un guardia de seguridad guardó mi equipaje (estas fotos las tomé de internet porque obviamente no permiten el uso de cámaras), sólo me permitió introducir un cambio de ropa y me proporcionó una bolsa de plástico con una toalla y artículos de baño, además de un vale, una llave con mis datos y mi foto como llavero y un localizador. Era lo más humillante que había vivido nunca. 

Otra mujer muy masculina me acompañó a dar el tour por el lugar.  Canjeó mi vale en la "tiendita" por una tarjeta de teléfono y me dieron unas monedas de cambio. Me mostró el sistema para 
abrir las puertas para entrar a mi habitación y me indicó que acudiera de inmediato a comunicarme desde cualquiera de los teléfonos rojos en los pasillos en caso de que mi localizador sonara. Entramos a la habitación-celda, donde estaban tres mujeres más, de entre 18 y 30 años aproximadamente, sudafricanas todas, con las que me tocó compartir el lugar. Me presenté, me metí a bañar y el hastío se hacía cada vez mayor. La llave de la regadera era un botón que se presiona y el agua caliente sale por unos segundos, luego se corta. Si uno lo mantiene presionado para que el agua salga constantemente, ésta empieza a salir fría.  Las llaves del lavabo no eran mezcladoras, el agua salía casi hirviendo o casi congelada.  Así que la parte del baño tampoco fue agradable.  A esas alturas esos "detallitos" eran casi una tortura para mí.

Me puse la pijama y me acosté dispuesta a descansar después de tres días en los que en total había dormido 4 horas. Pero no pude hacerlo. Eran las 6 de la tarde y escuché por la bocina que anunciaron la hora de la cena. No tenía hambre, a pesar de llevar ya casi un día sin comer, pero mis compañeras me invitaron y me cambié para ir al comedor con ellas. Parecía la hora de receso en la universidad. Todos comenzaron a salir de sus habitaciones, y yo veía grupos de chinos y sudafricanos platicando entre sí mientras se dirigían al comedor. Un muchacho se percató de inmediato que yo era "nueva" y me hizo las preguntas básicas, cómo te llamas, de dónde eres y por qué te trajeron. Era de Serbia.  También había dos italianos y unos cuantos portugueses.  Algunos me saludaban con un simple hi!, otros me hacían preguntas y el resto por lo menos me sonreía. Luego de entrar al comedor entendí por qué yo llamaba tanto la atención. El lugar sólo puede albergar a 5 mujeres y en cambio hay espacio para más de 100 hombres, así que cuando alguna nueva llega, todos lo notan de inmediato.

Nos sirvieron arroz blanco, pepinos cocidos, dos piernas de pollo, un bollito y agua de sabor. Lo único bueno fue el pan, el resto de la comida estuvo horrorosa y aunque me dio mucha pena no me la comí. Yo ya ni siquiera intentaba entablar conversación con mis compañeras, sólo observaba a los internos con atención y esperaba continuar con ellas porque no aprendí bien el sistema para entrar a mi suite. Después de una pelea que hubo entre un compañero y el cocinero a causa de una manzana, las mujeres decidieron ir a la biblioteca.  Tienen libros en varios idiomas y algunas computadoras en la habitación contigua.  Nos sentamos con un amigo de ellas y cuando supo que yo hablaba español me presentó a un chico que iba entrando al lugar. Resultó ser del Ecuador, comenzamos a platicar sobre mi visita a Londres y a través de él y de un sudafricano que hablaba un poco de español revuelto con portugués conocí la manera en que vive la gente en ese tipo de cárceles, porque no se les puede llamar de otra manera por más que tengan clasecitas de esto y de aquello y de que cuenten con unas instalaciones en buen estado.

Él ha vivido nueve años en Londres, trabajando como chef, y no arregló sus papeles de residencia cuando tuvo oportunidad porque no pensaba permanecer por mucho tiempo allá, pero pasaba de un buen trabajo a otro mejor y así sucesivamente, hasta que se enamoró, se fue a vivir con su novia, y hace alrededor de un año lo detuvieron para deportarlo.  El hecho es que ella necesita terminar la universidad en Inglaterra y aún le falta bastante, por eso él lleva todo este tiempo dentro, cansado de vivir así y de estar perdiendo meses de su vida de esa manera. Ya va para su tercer juicio y 2,000 libras en abogados esperando un fallo a favor.  De no ser así, regresará a su país o a Estados Unidos, donde está el resto de su familia.

Después de un rato, nos invitaron a ir a la iglesia. Yo que estoy completamente alejada de las cuestiones religiosas, me negué a ir en un principio, pero me insistieron, y terminé acompañándolos.  Éramos unos 30, entre ellos dos chinos con su biblia en mandarín, comenzaron todos a cantar y a bailar y a mí me dieron un pandero. Se sentía un ambiente muy agradable y traté de disfrutar ese momento, que fue otra de las cosas que nunca me imaginé vivir.  Luego de un rato de música comenzaron con el evangelio, el tema fue la fortaleza.  Varios dieron su testimonio sobre lo que habían pasado esa semana entre cortes y abogados, entre ellos una de mis compañeras.  Mi amigo ecuatoriano salió a contestar el teléfono y yo fui al baño, de regreso estaba el chico de Serbia en la ventana y me llamó para que viera la nieve caer en el patio.  Estuvimos unos minutos hablando y pronto salió el pastor a invitarnos a entrar de nuevo, volvimos a la iglesia y nos pidieron a mi compañera, a otro hombre y a mí pasar al centro para hacer una oración por nosotros.  Mientras hacían esto ponían sus manos cerca de nuestra cabeza, cerraban los ojos y oraban gritando un Oh my Lord! y terminaban con un gran Amen!  

Finalizando esto nos fuimos todos a tomar un chocolate caliente con una galleta y luego a ver algunos lugares de la prisión.  Pasamos por el gimnasio, por el salón de manualidades y por el área de visitas.  Donde por cierto, no debe haber ningún tipo de contacto físico entre los internos y sus familiares, está prohibidisimo traspasar la línea que separa una silla de otra y ni imaginar que permitan visitas conyugales.  Recuerdo que en la enfermería vi un recipiente de vidrio lleno de condones y mensajes en los corchos de la pared sobre la prevención del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. No le encuentro la lógica a que regalen condones, a menos que aprueben la homosexualidad y las relaciones entre internos, cosa que dudo.

Me despedí de mis nuevos amigos, intercambiamos datos y me fui a mi habitación.  Ya pasaba de la una de la mañana y me quedé dormida en pocos minutos. En dos horas entró otra celadora a despertarme a mí y a la más joven de mis compañeras para que nos alistáramos porque  pasarían por nosotras para llevarnos al aeropuerto en una hora.

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