El avión, las azafatas y el piloto eran los mismos. Pero los nuevos pasajeros incluían varios niños pequeños moviéndose de un lado a otro, llorando a ratos, y un compañero al lado que se llamó a sí mismo "american jewish", y que para no variar ocupaba parte de mi espacio con su chamarra, hasta que literalmente se la puse encima. No cruzamos una palabra en todo el viaje, hasta que llegamos a Atlanta y quiso ser cortés haciendo comentarios sobre el clima, pero como yo no estaba de humor le dije de manera cortante: "I don't speak english". Creo que entendió el mensaje porque me escuchó antes hacer preguntas en inglés a las azafatas sobre mi documentación. Me tenía preocupada el no saber la hora de salida de mi próximo vuelo, pero no fue sino hasta que aterrizamos en Atlanta que me entregaron por fin el sobre, no fuera a ser que me regresara a medio camino e intentara llegar nadando a Inglaterra.
Lo abrí, saqué el boleto y respiré hondo al saber que tenía un espacio de 5 horas para abordar el siguiente avión. Respiré más hondo todavía cuando estaba formada en la línea de revisión de pasaportes, preparándome para una nueva odisea.
Efectivamente, llegó la pregunta temida: ¿Cuánto tiempo permaneciste en UK?, respuesta: sólo un día. La explicación del por qué mi viaje fue tan rápido me llevó a un nuevo proceso en otra oficina donde entregué mis documentos y esperé tres horas antes de que me tocara el turno de ser llamada. Me atendió una latina prepotente -qué sorpresa-. Estaba aferrada a que ninguno de mis permisos para internarme en los Estados Unidos habían sido devueltos y que yo no tenía manera de comprobar que había salido de su país. ¡Como si no tuvieran registrado cada movimiento que uno hace, por favor!
Supuse que su intención era quitarme la visa buscando cualquier pretexto y sin importarle lo que yo dijera, así que ya no me preocupaba subir la voz o responderle de la misma forma grosera y altanera en la que ella me hacía las preguntas. Después de un rato de discusión frente a todos los presentes me dijo que esperara porque otra persona me atendería mientras ella salía, y que tal vez yo no alcanzaría a tomar el vuelo y me tendría que esperar al día siguiente. Agradecí que se fuera del lugar antes de que me dieran ganas de golpearla. Unos minutos después, un gringo tomó los expedientes que ella había dejado pendientes y escuché lo que comentaba sobre mí con un compañero suyo, coincidiendo ambos en que yo no tenía motivos para permanecer en USA y que sólo intentaba llegar a El Paso para cruzar a México. Después de esto me llamó amigablemente por mi apellido: "Ven aquí, toma tus documentos, ya te puedes ir!"
Le di la mejor sonrisa que pude lograr con aquella horrible cara de desvelo y cansancio que traía, y me fui feliz. Hice el check-in, y de camino me topé con un Starbucks, me compré un delicioso Strawberries and Crème Frapuccino, que fue como el cielo para mí en ese momento, lo disfruté mientras paseaba por el aeropuerto y preparaba a mi espalda para sobrevivir a otras tres horas y media de viaje.
El cuarto y último vuelo estuvo regular, con mucha turbulencia y alguien detrás de mí pateando el asiento. Intenté resolverlo primero con palabras amables, pero funcionaron mejor las miradas asesinas. Llegué a El Paso, sintiéndome como en casa de nuevo. Mi hermano me recogió en el aeropuerto, en un coche normal, sin rejas y con el volante de lado izquierdo. Lo primero que hizo fue llevarme a cenar tacos y luego me dejó en casa de una amiga para que descansara. Dormí por horas y horas. Y el 14 de febrero volví a ser yo, libre de nuevo.
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